
SENTIMENTALISMO ZEN
Ahora en mi calle están vendiendo árboles de Navidad.
Así es esta ciudad. Imparable. Se acabo algo y empieza otra. En mí, las cosas se demoran mucho en empezar y terminar. A veces, desde que abro un chocolate hasta que me lo como ha pasado un día entero. A veces me sorprendo poniéndome un parche de curitas en una herida que me hice cuando tenía ocho años.
No sé si me explico, pero hace poco, mientras Eloy empacaba su ropa para irse yo tenía la impresión de que le acababa de hacer un hueco en mi closet.
You have to move on, me dice un amigo. No olvides tomarte tu ravotril, me aconseja mi madre. No sigas escuchando New Order, me escribe mi hermana. Vives en la ciudad con más singles en el mundo, me recuerda mi vecina.
Lamento ser tan sentimental. De verdad, lo siento. No quiero pegarles mi enfermedad. No hay que haber tenido hijos para saber que basta que un bebé llore para que los otros también se pongan a llorar. Alguien –citando a Lacan-me comentó que disfrutara de mi síntoma. Es el mejor consejo que me han dado. Antes no habría pensado lo mismo simplemente porque yo era el síntoma. Ahora en cambio, puedo ver desde afuera cómo mi corazón escupe lava pasada, cual volcán con efectos retardados de erupción. Podría recoger esos pedazos de lava sin quemarme.
Es lo que pensé ayer sábado viendo la última exposición de Tracey Emin en Chelsea (sí, al fin salgo de mi departamento. Manhattan estaba como más me gusta, post Thanksgiving, es decir semivacía). Tracey Emin es inglesa y no tiene pudor ni asco en hacer de su vida un arte confesional. Pero para llegar a eso, Tracey Emin se atrevió a sentir.
La primera obra suya que vi, años atrás, fue una carpa bordada con los nombres de todas las personas con las cuales se había acostado. Hacer una lista de tus amantes puede ser tan intenso como pasarse la aguja por una herida, uniendo punto por punto. Tracey inmortalizó sus años de promiscuidad para limpiarse.
Su última exposición se llama “I can feel your smile” y es de un sentimentalismo casi zen. Zen porque el recuerdo, la rabia, la frustración, y el desamor al fin encontró cierta luz . Los bordados, esta vez enteramente blancos, convierten lamentos como “Why do you stop me from loving you”, o “Fuck i miss you” en una suerte de rezos.
Al volver a mi casa, me dije “Fuck, quiero tomarme una cerveza con ella”. Y quiero comprarme un árbol de Navidad.