Thursday, June 29, 2006

ACARICIANDO UN CACTUS


Una de las cosas más insólitas que encontré en mis días de limpieza fue un condón adentro del horno. No conozco a nadie que tenga sexo en el horno. Nadie que quepa adentro de un horno. Según Zinc, con quien chateo constantemente, el tipo a quien le subarrendé mi casa, lo dejó ahí a propósito, para “calentarme”.
Zinc ve todo semánticamente. En esta ciudad plagada de signos mi amigo no pararía de anotar cosas en su libretita. Pasamos tanto rato juntos en Santiago que terminó pegándome su tick. Sin quererlo, me he convertido en una reportera de mi propia vida.
Estas son algunas de las cosas que anoté en mi primera semana de vuelta a Nueva York:
-Una amiga me invita a almorzar a su casa y me hace pastel de choclo. Hasta ahí todo parecía normal.
Más tarde, me siento a digerir el pastel de choclo en un sillón, y mientras converso con mi amiga, estiro el brazo hacia atrás y acaricio lo que juro, son las hojas de una planta. Cuando reacciono es demasiado tarde. Me arde el antebrazo. La piel se empieza a inflar hasta que aparecen una serie de ronchas. Tengo que irme a mi casa caminando con una bolsa de hielo amarrada a la muñeca. Lo que tenía a mis espaldas no era un inocente vegetal: era nada menos que un cactus.
Los días que siguen:
-No logro conciliar el aire caliente de la calle y el aire acondicionado del metro y termino resfriándome. Pierdo la voz.
-Empiezo a tomar vino desde las 11 am, con el primer partido de fútbol de los octavos de final y termino ebria a las 4:30. En total consumo 180 minutos de mundial lo que equivale a dos botellas de Pinot grigio. Todos los equipos que me gustan son eliminados.
-Le hago carino a mi gatoKirun, durante una hora seguida. Cuando se para de mi falda me doy cuenta que salta en tres patas.
-Voy a Atlantic Beach, una playa que queda cerca del aeropuerto JFK, se pone a llover en el mismo instante en que me quito la ropa, pero no desisto en bañarme. Al sacar la cabeza del agua turbia pero tibia del Atlántico, un avión por poco no me decapita.
Alcanzo a leer perfectamente la línea aérea impresa en el ala derecha: KLM.
-Como con mi vecina venezolana en mi patio y al día siguiente la despiden de su trabajo.
-Voy a Warsaw en Greenpoint a ver Au revoir Simone, una banda de tres chicas que tocan teclado, y me dicen que se ha cancelado porque una de ellas viajaba desde Ámsterdam a Nueva York y tuvo un accidente. Su vuelo aterrizó en la mitad del océano. Está bien, sólo pasó un gran susto.
Le leo a Zinc la lista de mis “desaventuras” y concluye que hay un antes y un después del cactus. Me dice que los cactus tiran un veneno al pincharte. Al ser plantas que crecen sin agua, que de alguna manera se rebelaron a su propia naturaleza, tienen la capacidad de matar todo a su alrededor.
¿Qué hago? le pregunto por messanger, ¿me corto el brazo?
Pon atención a donde metes las manos, me contesta.

Wednesday, June 21, 2006

CASA TOMADA, MENTE TOMADA
No, no me quedé para siempre encerrada en el Memory Motel.
Una noche hubo un incendio, pero el fuego no quemaba. Cuando los bomberos llegaron para evacuarnos, metí la cabeza debajo sus mangueras de agua sólo para refrescarme. Ellos me gritaban que me hiciera a un lado porque en unos segundos todo iba a explotar y yo les sonreía.
Hace calor. Estoy de vuelta en Brooklyn. Cuando hace calor y estoy en Brooklyn, pienso en este tipo de cosas y en otras aún más torcidas. Anoche una cucaracha me hacía cosquillas en el pie y yo me acordaba de ese letrero que hay en la entrada de Santiago y dice VILLA LO CIAMPINO. Está anclado en al ladera de un cerro de Pudahuel, camino al aeropuerto, y sus letras blancas, irregulares, citan el letrero de “Hollywood” de Los Angeles. Nunca he estado en L.A., pero conozco Santiago y con eso me basta.
Encendí la luz y maté de un zapatazo al bicho. Luego me serví un vaso de vino blanco, y revisé los mejores goles de la jornada mundialera en Univisión. Entonces escuché la voz de mi papá, joven, diciéndonos a mí y a mis hermanas, que Honduras era un país muy pequeño de Sudamérica, pobre, explotado, maltratado por guerras sucias, y ojalá marcara algún gol. Eso era en el mundial del 82.
Voto unánime del staff de Univisión: el mejor gol de la jornada es el del inglés Cole en contra de Suecia. Otro sorbo de vino, otro flashback. Yo y Eloy en Londres, en un pub de Brixton, viendo un partido entre Inglaterra y Corea (del sur, obviamente). Un inglés consumido por el alcohol, Mike, creo que se llamaba, se nos acerca y nos pregunta de dónde somos. De nowhere, le digo. Nos hacemos amigos, y el tipo, borracho, empieza a gritar a toda voz: Corea, Corea, mientras la gente se ríe. Un chileno le hubiera pegado un combo.
Dos día atrás estaba en Santiago y mi mente era una sábana blanca. En Nueva York, en cambio, el minimalismo mental sólo existe en las galerías de arte. Esta ciudad te destapa los poros. Te bombardea con imágenes de tu propia vida. Ni siquiera se preocupa de reciclar tus delirios. Presente, pasado y futuro se mezclan en la misma bolsa de la basura.
Tal vez por eso, pasé el resto de la noche en vela, barriendo y ordenando. Durante dos meses y medio le había subarrendado mi departamento a un par de amigos veinteañeros: un skater y un modelo. Quizás cuál de los dos dejó el envoltorio de un condón en el horno de la cocina.
Agata, me dije: primero aduéñate de tu casa, luego de tu mente.

Tuesday, June 06, 2006



Ya no sé cuantas parejas amigas mías han terminado su relación. Ya no sé a cuantos matrimonios he ido y cuantos he visto disolverse al cabo de apenas unos años, dos, tres o cinco. Cada vez que me entero de un nuevo colapso amoroso siento que me arrancan un nervio del pie. Empiezo a cojear pero no soy capaz de sentarme.

Alguna vez tuve la ilusión de que mi generación no cometería los mismos errores que la de mis padres. Que éramos invencibles. Que nos bastaba alimentarnos de amor, sexo, vino, porros, cine, libros, música para tener un lugar seguro en el mundo.

No quiero hablar de por qué todo se va al diablo. De tanto hablar del fin nos hemos olvidado de cómo era el comienzo. Quedarse con lo último es renegar lo primero.

Anoche tuve un sueño. Soñé que yo y todas las parejas amigas que tenía nos juntábamos en una playa y estábamos juntos de nuevo. Entrábamos a un motel que está ubicado en Montauk, en Long Island, afuera de Nueva York (donde se filmó Eternal Sunshine in the Spotless Mind)
Adentro olía a arena mojada y no a ese desinfectante que hay en los moteles de la carretera, la mayoría de ellos administrados por hindúes freak. Nutria tocaba guitarra en el baño. De nuevo la misma canción una y otra vez. Como un fantasma real hay cosas que perdurarán.

Yo escuchaba las risas y veía los cigarros alumbrados, como si fueran luciérnagas bailando.
Yo no me di cuenta cuando la primera lucecita se apagó. Pero de pronto todo estaba a oscuras.
Años más tarde volví a Montauk y no me equivoqué al golpear de puerta.