Sunday, November 13, 2005


ESE FANTASMA

Ok. Basta de misterios. Tengo 33 años. Mi nombre es Agata Blanchet. Mi apellido es francés, pero soy tan chilena como una empanada de ostiones con queso. Nací en Santiago y viví toda mi vida en la calle Luz. Antes de venirme a NY, una empresa constructora demolió mi casa junto a las pocas casas del barrio que quedaban y levantaron uno de esos edificios que ahora pueblan “Sanhattan” y alimentan nuestra fama de país desarrollado en el resto del continente. Con el dinero que nos pagaron, mi mamá se compró un departamentito en el Parque Forestal para vivir cerca de su novio y yo me vine a NYC, siguiendo a Eloy. No quería hablar de Eloy, pero Eloy es la razón por la cual estoy tomando un “estabilizador del ánimo”, que me tiene escribiendo como si tartamudeara. En este minuto, todo se tropieza en mí; mis ideas, las hojas del otoño que veo caer desde mi ventana, los gritos de mi vecina venezolana que habla por celular y repite que el día está bonito. El día está bonito y debería salir. Pero anoche salí y me devolví sintiendo que no hay lugar más seguro en el mundo que tu casa. Eran las siete de la tarde y llevaba un buen rato escuchando el disco de un amigo cuyo nombre artístico es Nutria. Nutria vive en Brooklyn pero ha hecho el mejor álbum chileno de los últimos años. De golpe, me dieron ganas de colocarle una vez más reply a mi equipo comiendo empanadas de queso (sin ostiones). Si vives en Ny, puedes comer lo que se antoja. Es un lugar ideal para alimentar tus nostalgias culinarias y sentirte un inmigrante globalizado. Me coloqué un buzo arriba de mi pijama y fui a Tops, el único supermercado que hay en el northside de Williamsburg. Estaba en la caja pagando, cuando la vi. Era ella. La novia de Eloy. Apenas me divisó escondió la cara tras su pelo teñido rubio y simuló hablar por celular. Yo la miraba con la vista encandilada mientras mi propia pasividad anulaba cualquier fantasía vengativa tipo Kill Bill de haberle tirado un fósforo encendido o haber sacado una frase para el bronce que me hiciera sentir menos loser. De pronto, entre sus compras netamente gringas (un ketchup, un frasco de mantequilla de maní, una limonada Paul Newman) reconocí la misma masa de empanadas marca Goya ready to cook que yo llevaba. No tuve la menor duda: Eloy se la debía haber encargado. De vuelta a mi casa me tomé una botella de vino entera y me acosté sabiendo que él ya no estaba conmigo, pero que esa noche comeríamos lo mismo. “Como un fantasma real, hay cosas que perdurarán (ese fantasma)”, cantaba Nutria y por primera vez en muchos meses, sentí que esta ciudad dejaba de ser imbatible y apagaba sus luces para mí.

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