Friday, February 24, 2006


EL PARAISO PERDIDO

Hoy fue un día raro. Me desperté a las seis de la mañana para ir a cuidar a Samantha. Los padres de Samantha tenían que estar en el aeropuerto a las siete y media; la madre se iba a Toronto a un congreso de literatura; y el padre al Caribe a sacar fotos para el especial de primavera –verano de no sé que revista.
Cuando llegué Samantha dormía. Tenía puesto un pijama rosado que decía “Princess”. Me tendí en un sillón del living y esperé que despertara mirando la vista de Manhattan que se asomaba por el amplio ventanal. Las gaviotas se cruzaban en el horizonte y yo no podía evitar acordarme de una frase que la otra vez mi hermana que me disparó por chat “Nunca lo olvides, New York es una isla”.
Cuando Samantha despertó, vimos un capítulo de La casa en la Pradera (tiene toda la serial en dvd), hicimos un puzzle y almorzamos macarroni cheese. Me encanta abrir el refrigerador de las casas gringas. Siempre ves lo mismo: congelados o comida preparada que encargan en restaurantes.
En la tarde, una vez que su papá volvió del Caribe, me fui a Manhattan. Pasé por Strand para comprarme una edición especial del Cazador Oculto, y como estaba agotada, terminé entrando a Gap. En esta ciudad, si tienes más de 20 dólares en el bolsillo es muy probable que termines saciando tu ansiedad consumiendo cualquier cosa. En época de sales, puedes comprarte unos lindos calzones por poco dinero y eso era lo que hacía tiempo quería hacer. Botar todos mis viejos calzones acumulados durante mis cuatro años de matrimonio. Cuando tienes un hombre a tu lado por mucho tiempo, tu ropa interior decae notablemente.
Seguí paseando por Broadway con mi bolsita Gap y de golpe me sentí tan sola que podía verme desde la vereda opuesta. ¿Qué veía? Una tipa de 33 años haciendo shopping, sin ganas de volver a la casa y con algunos dólares en el bolsillo para descargarse del mundo. Fue entonces cuando entré a un restaurant italiano de la calle 13 llamado la Dolce Vita, me tomé una copa de vino blanco y cometí el error de llamar a Eloy. Nuestra conversación, si es que así se puede llamar, fue tan patética que no vale la pena ni siquiera reproducirla. Tanto tiempo, en qué estás, trabajando, hace frío, estoy ocupado, que estés bien.
Ciertos hombres detestan que los pilles desprevenidos. Quizás porque no saben improvisar. El Eloy que me había inventado en mi fantasía me decía que lo esperara en ese mismo bar donde estaba, nos tomábamos una copa, conversábamos de banalidades y terminábamos el día en el hotel de San Marks, poniéndonos al día en materias sexuales, aunque después nos arrepintiéramos y cada cual tomara el metro en direcciones opuestas.
Cosa de ese tipo sólo pasan en las buenas películas. La mayoría de los hombres que hirieron a una mujer ni siquiera tienen los cojones de mirarla a los ojos.
En la noche, de vuelta a mi casa me puse uno de mis nuevos calzones y me acordé de Samatha durmiendo con su piyama de princesa. Pensé que algún día la pequeña Samantha también tendría un corazón partido y recordaría ese piyama como un paraíso perdido.

Monday, February 13, 2006

SOFT AS SNOW (BUT WARM INSIDE)

Cuando nieva dan ganas de quedarse callado. Eso fue lo que hice ayer, caminando por mi barrio, Williamsburg.















Y esta fue mi banda sonora blanca:

Nutria"Una mas"

My Bloody Valentine "Soft as snow (but warm inside)"

Slowdive "Whe the sun hits"

Oasis "Let there be love"

M83 "Slowly"

Pluramon "Hello Shadow"

Shogun "Alma" -todo el album-

Mercury Rev "Secret for a song"

Sigur Ros "Glosoli"

Broadcast "Tender buttons" -todo el album-

Friday, February 03, 2006


PALABRAS DE UN MAESTRO

Ya no sé cuántas semanas han pasado. Dos, tres, tal vez más.
Estuve desconectada de Internet, de la tv, del teléfono y del msn. Cada vez que encendía mi computador sólo lo hacía para abrir un archivo que dice “Novela final cut ok”.
Mientras esto ocurría, una mujer fue electa presidenta de Chile, mi hermana se vino a vivir a Nueva York, hablé por primera vez con Eloy desde nuestra separación, mi mamá se hizo una terapia a base de ayahuasca (esto merece una mención especial) y mi gato K se empezó a caminar en tres patas.
No sé cómo es tener hijos –soy de esas treintañeras que cada vez que ha pisado la sección de maternidad de un hospital ha sido para visitar a los recién nacidos de otros-, pero terminar un libro debe parecerse bastante a parir. La comparación es un cliché y me da igual. Cuando pasas 24 horas sobre 24 escribiendo ficción, al final del día te da igual proclamar lugares comunes. Los clichés son como colchones donde uno se puede echar a descansar de la propia creatividad.
Mi novela será publicada en abril próximo en Santiago de Chile. Aún no tiene nombre. El resto está todo en su lugar; manos, pies, ojos, boca. Cada vez que la miro, pronuncia “ aguguuu” y yo sé que un día se va a poner a hablar.
Esta mañana, después de semanas de encierro salí por primera vez a la calle. Me fui, como siempre lo hago cuando no sé a dónde ir, a ver arte japonés al Metropolitan. Me gustan muchos los ukiyo-e , esas estampas niponas del siglo XVIII que representan paisajes, geishas, novelas monogitari y escenas de teatro kabuki.
El día estaba nublado y era perfecto para deambular por la sección oriental de un museo. Supongo que cuando vives en una ciudad pasada a papas fritas, ansías ese tipo de cosas. Las estatuas de los budas también son algo que me gustan mucho, quizás porque están sonriendo y me recuerdan esa sonrisas misteriosas que tienen las jirafas. Las jirafas son animales zen y no pasan gritando como los monos, y los budas tampoco pasan sufriendo como Jesús. Estaba pensando en estas cosas, cuando de golpe, me encontré con un verdadero maestro japonés parado en la mitad de una sala. Estaba vestido con una túnica similar a los kimonos y tenía esa sonrisa en su cara. Al cabo de unos segundos, separó sus labios para decirme que pronto oficiaría una ceremonia sobre la preparación del té y que era bienvenida. For free. Gracias, le dije y
me senté junto a otro grupo de gente, todos niuyorkinos curiosos, solitarios y en búsqueda de evasión, como yo.
El maestro, se arrodilló en una tarima de bambú y sacó una bandeja con todo lo necesario para iniciar la ceremonia. Empezó su oratoria diciendo:
“Las flores son lindas. Las flores son lindas porque no pueden ser de otra manera. No tratan de ser diferentes. Son lo que son. Yo los invito a imitarlas. A presentarse frente al mundo tal como son. Parece fácil, pero no lo es” .
Luego, el hombre preparó el té. El arte de esta ceremonia reside en la calma y concentración con que se hierve el agua, se dejan reposando las hojas, se limpia el filtro y se revuelve el brebaje. El “cómo” lo haces, es más importante que el “qué” ya que el té es una medicina que pierde su esencia si es consumida como la mayoría de los occidentales lo hacemos: a la rápida.
Al volver a mi casa pensé en las palabras del maestro. Hacía mucho tiempo que nadie me decía algo que me hiciera sentido. Me miré en el espejo. El pelo me había crecido y tenía ojeras. Mis ojos parecían cansados y a la vez plácidos. Esta soy yo. Soy yo en mi post parto. Tal vez nunca vuelva a escribir un libro.
Saqué 20 dólares y me fui a celebrar a un bar sin ni siquiera lavarme la cara
.