
Una de las cosas más insólitas que encontré en mis días de limpieza fue un condón adentro del horno. No conozco a nadie que tenga sexo en el horno. Nadie que quepa adentro de un horno. Según Zinc, con quien chateo constantemente, el tipo a quien le subarrendé mi casa, lo dejó ahí a propósito, para “calentarme”.
Zinc ve todo semánticamente. En esta ciudad plagada de signos mi amigo no pararía de anotar cosas en su libretita. Pasamos tanto rato juntos en Santiago que terminó pegándome su tick. Sin quererlo, me he convertido en una reportera de mi propia vida.
Estas son algunas de las cosas que anoté en mi primera semana de vuelta a Nueva York:
-Una amiga me invita a almorzar a su casa y me hace pastel de choclo. Hasta ahí todo parecía normal.
Más tarde, me siento a digerir el pastel de choclo en un sillón, y mientras converso con mi amiga, estiro el brazo hacia atrás y acaricio lo que juro, son las hojas de una planta. Cuando reacciono es demasiado tarde. Me arde el antebrazo. La piel se empieza a inflar hasta que aparecen una serie de ronchas. Tengo que irme a mi casa caminando con una bolsa de hielo amarrada a la muñeca. Lo que tenía a mis espaldas no era un inocente vegetal: era nada menos que un cactus.
Los días que siguen:
-No logro conciliar el aire caliente de la calle y el aire acondicionado del metro y termino resfriándome. Pierdo la voz.
-Empiezo a tomar vino desde las 11 am, con el primer partido de fútbol de los octavos de final y termino ebria a las 4:30. En total consumo 180 minutos de mundial lo que equivale a dos botellas de Pinot grigio. Todos los equipos que me gustan son eliminados.
-Le hago carino a mi gatoKirun, durante una hora seguida. Cuando se para de mi falda me doy cuenta que salta en tres patas.
-Voy a Atlantic Beach, una playa que queda cerca del aeropuerto JFK, se pone a llover en el mismo instante en que me quito la ropa, pero no desisto en bañarme. Al sacar la cabeza del agua turbia pero tibia del Atlántico, un avión por poco no me decapita.
Alcanzo a leer perfectamente la línea aérea impresa en el ala derecha: KLM.
-Como con mi vecina venezolana en mi patio y al día siguiente la despiden de su trabajo.
-Voy a Warsaw en Greenpoint a ver Au revoir Simone, una banda de tres chicas que tocan teclado, y me dicen que se ha cancelado porque una de ellas viajaba desde Ámsterdam a Nueva York y tuvo un accidente. Su vuelo aterrizó en la mitad del océano. Está bien, sólo pasó un gran susto.
Le leo a Zinc la lista de mis “desaventuras” y concluye que hay un antes y un después del cactus. Me dice que los cactus tiran un veneno al pincharte. Al ser plantas que crecen sin agua, que de alguna manera se rebelaron a su propia naturaleza, tienen la capacidad de matar todo a su alrededor.
¿Qué hago? le pregunto por messanger, ¿me corto el brazo?
Pon atención a donde metes las manos, me contesta.