Sunday, December 25, 2005


MI ANTI-NAVIDAD

En esta ciudad es fácil hacerle el quite a la Navidad. Basta doblar por una calle en vez de otra.

Anoche caminaba por Chinatown, y nadie estaba pendiente de comprar regalos ni de encontrar la última champaña helada de Manhattan. Nadie, salvo yo.

Pero siempre que voy a Chinatown termino olvidándome a lo que iba, y me quedo deambulando con las manos vacías entre sus calles laberínticas, atestadas de neones, ratas, cabezas de pescados muertos, karaokes, peluquerías, medicinas chinas, jóvenes que fuman en la esquinas, y viejitos que entran a edificios infectos sin saber si algún día van a salir vivos de ahí. De pronto miré la hora y me di cuenta que iba atrasada a mi comida de Navidad. Rápidamente busqué un teléfono público para llamar a Daniel. Daniel es chileno, pero lleva diez años viviendo en Nueva York, y le gusta protegerme como si fuera mi hermano grande.

-¿Agata Brígida?- me contestó completamente happy al otro lado de la línea. Se había bajado tres botellas de champaña junto a su novio Jimmy, mientras elegían las mejores escenas de películas anti-navideñas de su colección de dvd. La idea era comer viendo películas que atentaran en contra el espíritu de la Navidad. Películas, que ningún canal de TV pasaría el 24 de diciembre.

Metí otra moneda (debo ser la única persona no homeless que no tiene celular en Nueva York, y estoy acostumbrada a acarrear una lluvia de 25 centavos en mis bolsillo).

-Vente ahora. Queremos comer. Además te tenemos un regalo sorpresa 3d. Italoamericano.

Le dije que en 15 minutos estaba ahí, olvidando que el mapa de esta ciudad nunca coincide con mi mapa mental. Si estoy a diez manzanas de un lugar debo multiplicarlas por tres para calcular la hora en que llegaré. Decidí tomarme un taxi.

Daniel me abrió la puerta con el control remoto en la mano. Todos sus amigos gays pedían que comenzara la función mientras Jimmy servía pavo con salsa de frutillas. “Ok, esto si que es creepy”, dijo Daniel con los ojos brillosos. Colocó con Una mujer en problemas de John Waters. Divine (el famoso travesti de Hairspray) le gritaba a sus papás que los odiaba y botaba el árbol de Navidad al suelo, dejando a la mamá ahogada entre las ramas. Mientras más tomábamos y comíamos, más delirantes se volvía la selección: Carrie y el balde de sangre cayendo sobre su cabeza; Laura Palmer azul, envuelta en plástico; Pe-wee, el alter ego de Tim Burton, hablando solo con sus juguetes; la siempre perversa Isabelle Huppert cantando que el amor feliz no existe en Ocho mujeres....No voy a contar cómo terminó esa noche. Sólo sé que la champaña, el zapping de películas anti-navideñas y un hombre heterosexual que ofreció acompañarme en el metro hasta Williamsburg, me hicieron pensar que los regalos más valiosos son los que no esperas recibir.

Sunday, December 18, 2005


DANDO VUELTAS SOBRE UNA CANCHA RAYADA

Mi domingo de patinaje sobre hielo en Central Park tuvo sus consecuencias: caí en cama agripada y encontré un “nuevo” trabajo.
Así es esta ciudad te golpe y al mismo tiempo te hace cariño. Te baja sus defensas y te sube el ánimo. Promete atropellarte y de golpe se arrepiente y te levanta del suelo. (El día en que termine llorando y riendo simultáneamente prometo irme).


-¿Is that you Agata?

Escuchar mi nombre flotando el aire frío me produjo una rara electricidad en la nuca. Rara vez me encuentro con alguien conocido en Manhattan y menos aún en una cancha de patinaje sobre hielo. Por poco la lámina de mis patines no se rompe al frenar.

-Hola, qué sorpresa-dije intentando encajar esa cara que me sonreía con alguna persona que conociera.

-¿Remember me? Soy Katy Smith...Han pasado cuatro años ya desde la última vez...Allá esta Samatha, patinando con su primo... -la mujer empezó a llamar a la hija con histrionismo.

Katy Smith. La hermana de la ex jefa de Eloy, que vivía en un loft a orillas del río y escribía artículos para The New Yorker. Le hice baby sitting a Samantha cuando todavía era un bebé. Recién había llegado a Nueva York y con mi marido necesitábamos dinero. Ahora la niña tenía cuatro años, llevaba puesto un abrigo de lana rojo, y mientras se acercaba a saludarme, sus ojos celestes parecían decirme “ ¿quién es esta tipa que interrumpe mi patinaje?”. Samantha me comentó que la única baby sitter de la cual se acordaba era la húngara Anna porque le había apretado el dedo en la puerta. Luego se dio media vueltas y le dio un mordisco a su muffin.

-Ya se va acordar. ¿Y en qué has estado Agata? –Katy subió el cuello de su gamulán y se frotó las manos.

En un par de minutos me vi obligada a recapitular mi vida. No, ya no estaba con Eloy. Sí, vivo en la misma casa. Sí, bueno, es una lástima. Mmm, los hombres...No, no tengo el mismo trabajo. Actually, i’m unemployed, le aclaré sintiendo mis pies helados.

Inmediatamente Katy me preguntó si me interesaba cuidar a Samatha dos veces a la semana, después del colegio. Ella estaba cada día más ocupada escribiendo artículos para The Nuyorker y su marido, Walter, viajaba mucho por "el asunto ese" de los desfiles de moda.

-Te ofrezco 15 dólares la hora.

De pronto vi mi vida entera girando en esa cancha de patinaje. Todo volvía al mismo punto de partida. Era como si los pequeños progresos que había hecho en cuatro años se hubieran quedado enterrados bajo la nieve. Samatha había crecido y yo había retrocedido.
-20 si además le enseñas un poquito de español-dijo de golpe la mujer.


Había olvidado que en esta ciudad, cuando te quedas pensando más de 30 segundos una oferta de trabajo es porque quieres un mejor sueldo y no un mejor trabajo.

-¡Claro! –grité con entusiasmo-. ¿Cuándo empiezo?

Wednesday, December 07, 2005


(esta columna ha sido publicada en diferido. Desde el domingo pasado Ágata B estuvo en cama, resfriada, pero al fin se levantó y subió su desquite dominical)

PAIS DE NIEVE

Ahora está todo blanco. El blanco es resplandeciente, y se expande desde el cielo a la tierra, proyectando una luz platinada. Es la primera vez que nieva. Anoche me acosté sin chequear weather.com y cuando esta mañana desperté me encontré con que mi patio estaba nevado. Mi gato K también miraba absorto a través de la ventana. Las sillas, la mesa, la hamaca, los tarros de la basura, mi bicicleta, parecían objetos sobrevivientes de la era glacial. Era raro pensar que sólo tres meses atrás la humedad del verano los tenía tintineando tras una capa de aire caliente mientras yo pensaba que nunca dejaría de desaguarme.

Me coloqué mi parca y salí. El aire después de una nevazón es de las cosas por las que vale la pena vivir. En un aire que te cura, mejor que cualquier ravotril (perdón por nombrar la palabra de nuevo!). Estar rodeada de blanco, también te blanquea el alma.

Si la lluvia te sumerge en un estado de melancolía, la nieve es puro presente. Es aquí y ahora. Las huellas que vas dejando al caminar, te hacen pensar que nadie ha pasado por ahí antes que tú. Que eres un visitante de otro planeta en la Tierra. Que no tienes pasado. Que estás aprendiendo a dar tus primeros pasos y no sabes a dónde te van a llevar.

Mientras daba la vuelta alrededor de mi patio me sorprendí sonriendo. K iba atrás mío y las patas le quedaban hundidas por unos segundos en la nieve. Empezamos a correr como dos idiotas. Pensé en todas las cosas que haría ese día de nieve: releer un cuento de Truman Capote llamado “Cierra la última puerta”, comprarme un pain au chocolat en el restaurant francés de la esquina de mi casa, dormir siesta, llamar a mi amigo Stuart y preguntarle cómo está, adornar mi árbol de Navidad con algo que no sean bolitas de colores, y en la noche fumar un poco de marihuana haitiana que tengo, e ir a la cancha de patinaje sobre hielo de Central Park.

Hay tantas cosas que se pueden hacer en un día. Hay tantas maneras de ser feliz haciendo copy/paste de cosas simples que te hacen feliz. Tenía que nevar para darme cuenta.